Si le explicáis a alguien que vais a empezar a correr descalzo o si defendéis la práctica del barefoot running seguro que habéis comprobado de primera mano la inmediata reacción de sorpresa que causa en la gente. Según el carácter de vuestro interlocutor aparecerá una mezcla de perplejidad, confusión, temor o incluso desaprobación. Frases como “con la de cristales que hay en el suelo y lo sucio que está todo”, “con lo blanditos que tenemos los pies” o bien mi favorita “las personas no estamos preparadas para eso”.
Como vimos en el último artículo hay varios factores que complican mucho iniciarse en el barefoot running aun y cuando estemos concienciados e involucrados en practicarlo. De todos esos motivos destaco dos que creo que a la postre son los que realmente frenan a mucha gente:
- No encontrar el lugar adecuado para empezar
- El temor al qué dirán
Ambas están muy relacionadas y muchas veces el no encontrar el lugar adecuado puede deberse a no ser capaz de encontrar una localización lo suficientemente aislada o poco transitada como para no cruzarnos con nadie durante nuestros periodos de carrera. Yo he pasado por ahí y no puedo decir que ya lo tenga superado del todo.
La primera vez que corrí descalzo (a sabiendas de lo que estaba haciendo) fue un día por el paseo marítimo. Llevaba ya más de los 21 días de calzado minimalista de los que os hablé y sentía que mis pies y mis piernas estaban ya muy adaptados a caminar sin una suela de goma amortiguadora.
Fue una salida social para correr con mi novia y una pareja de amigos. Un recorrido de cuatro kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. Era la primera vez en varias semanas que me volvía a colocar las zapatillas para hacer kilómetros. Durante los dos primeros noté unas piernas más activas, quizás más fuertes pero también una ceguera y sordera terrible en los pies, privado de esa respuesta sensorial de la planta del pie a la que me había ido acostumbrando.
Al no recibir respuesta con la que ajustar la posición y el ritmo, el cuerpo se deja ir y simplemente entra en ese estado que coloquialmente llamamos tran-tran en el que lanzas una pierna por delante de la otra y esperas que todo vaya bien.
Cuando estaba dando la vuelta empezó a presentarse un terrible dolor en la planta del pie a modo de rozadura. El apoyo de las zapatillas en el puente del pie empezaba a resultar molesto.
El puente del pie es la estructura ósea y muscular que permite la descarga del peso en dos puntos: la almohadilla y el talón. El apoyo continuado del pie sobre el contra-arco de goma de la zapatilla hace que esos dos puntos de descarga pierdan su función y que, en general, toda la musculatura del pie pierda tonificación e incluso su propósito ya que todo el pie pasa a ser punto de apoyo.
Mis pies acostumbrados a caer sobre almohadilla y talón sufrieron sobremanera al colocarle un apoyo extra provocándome esta lesión longitudinal.
Es una lesión que ya se me había producido con anterioridad pero hasta ahora no había sabido entender a qué era debida. Descalzo nunca me hubiera pasado puesto que esa zona nunca apoya en el suelo al tratarse como su propio nombre indica de un arco. Mini punto para el equipo de los pies descalzos.
Alcancé de vuelta a las chicas y el cuerpo me pedía descalzarme para dejar de notar la fricción en la planta del pie. El dolor desapareció inmediatamente al tocar con el pie descalzo el asfalto. Ya no tenía ese trozo de goma friccionando en la zona del puente y pude respirar tranquilo. Atravesamos una zona de tierra y piedras que aunque provocaban un dolor punzante si no iba lo suficientemente flexionado no podía compararse con la ampolla que fue creciendo los seis kilómetros anteriores.
Atravesado el camino de tierra hice lo que llevaba mucho tiempo queriendo hacer: le dejé las zapatillas a mi novia y empecé a correr descalzo. Más allá de lo que pueda parecer de antemano y prejuicios a un lado el suelo está perfectamente limpio y si existe algún pequeño obstáculo o piedrecita se ve venir si se presta atención. No sabría decir si fueron quinientos metros o dos kilómetros porque estaba concentrado en dar cada zancada y amortiguando cada pisada. El tran-tran no es posible si corres descalzo ya que cada pisada es un desafío, no por doloroso, sino por la necesidad de adaptar el comportamiento corporal al terreno que se va presentando delante tuyo.
Fue una primera toma de contacto muy satisfactoria y por ello busqué repetidamente el momento para volver a correr descalzo durante los días siguiente. Esperaba hasta que ya había caído la noche para salir a correr con la esperanza de no encontrarme a nadie. Salía con unas zapatillas de verano que rápidamente podía ponerme y quitarme si me encontraba a alguien, cosa que pasó casi siempre. Tras días infructuosos en los que me cortaba el ritmo al cruzarme con alguien desestimé esta opción y busqué una alternativa bastante absurda: correr por el aparcamiento de mi edificio.
Asfaltado de forma irregular y poco transitado parecía una buena opción. Fui capaz de encadenar casi medio kilómetro hasta que un vecino abrió la puerta para entrar. En ese preciso momento entendí que quizás debería tener cuidado con lo que los vecinos pudieran pensar de mí si a parte de verme corriendo descalzo me vieran hacerlo en el aparcamiento.
Por suerte nos íbamos de vacaciones una semana a un apartado pueblo de Salamanca. Se presentaba como el escenario ideal: poca gente, largas carreteras y la dispensa personal de que casi nadie me conocía. La segunda noche antes de que cayera el sol salí a correr con mi cuñado quien tenía cierto interés en entender el por qué de esta locura mía y, por qué no, recibir algún consejo de alguien con más kilómetros en las piernas que él.
Empecé con las zapatillas minimalistas caminando hasta la entrada del pueblo y en el cruce de caminos arrancamos a correr. Cuando ya habíamos hecho el recorrido de ida y descansamos un poco para retomar el ritmo normal de respiración me saqué las zapatillas y me enfrenté por primera vez cara a cara con el asfalto del camino sin ningún tipo de cortapisas. No era un asfalto agradable y pulido como el del paseo marítimo, ni siquiera como el de la mayoría de carreteras, sino ese asfalto antiguo y rugoso, con más tracción para favorecer la adherencia de los vehículos rodados en época de lluvias y nevadas.
Durante las primeras zancadas me pregunté si no estaría haciendo algo mal ya que el dolor que tenía en las plantas de los pies me parecía exagerado. Había sido muy ambicioso eligiendo un terreno duro y rugoso para empezar, una auténtica prueba de fuego. Decidí aguantar, por supuesto, y esperar a que los pies se hicieran un poco más a esa nueva sensación. El dolor no era punzante como cuando te clavas una piedrecita, era diferente. En español todo lo que altera nuestras terminaciones nerviosas lo etiquetamos como dolor. En los foros estadounidenses sobre el barefoot a esta sensación la llaman soreness o soarness cuya traducción creo que perfectamente podría ser la de abrasión.
¿Cómo reacciona el cuerpo ante la abrasión? Sorprendentemente tuve que pensar muy poco para adaptarme. El cuerpo en su infinita sabiduría fue reposicionando los pies como punto de apoyo bajo la vertical del cuerpo, acortó muchísimo la zancada y me obligó a flexionar las rodillas. No desapareció el dolor del todo pero se hizo muchísimo más tolerable sin por ello tener que perder el ritmo que marcaba mi cuñado.
Llevaba en mi cabeza dos preceptos básicos para los principiantes:
- Los pies no duelen tanto como parece
- No intentes hacer demasiado, demasiado rápido (too much, too son)
Al llegar de nuevo al cruce de caminos la calidad del asfalto cambió. De repente fue como caminar sobre un alfombra. Nuevas sensaciones, mucho más agradables pero manteniendo la técnica: ya no pisaba sino que acariciaba el suelo. El haber corrido sobre una superficie tan dura e irregular me permitía ahora mantener la técnica de pisada ligera y sufrir una mínima abrasión.
A pesar de las buenas sensaciones un kilómetro era más que suficiente. No quería cometer el error de hacer demasiado, demasiado pronto. Me calcé mis zapatillas minimalistas y tanto la técnica como las sensaciones fueron mucho mejores que el tramo inicial tras haber corrido ese kilómetro descalzo.
A pesar del corto recorrido pude notar errores en mi técnica. Es suficiente echar un vistazo a como queda la planta del pie al acabar para darse cuenta de los vicios a corregir. Corriendo descalzo básicamente hay tres lugares donde puedes desarrollar ampollas que son casi la única incidencia que podéis sufrir durante el periodo de adaptación:
- Talón: si estás pisando demasiado con esa zona (con el consecuente dolor)
- Almohadilla: si estás haciendo zancadas demasiado largas por delante de la vertical del cuerpo
- Dedo gordo: si estás impulsándote, empujando el suelo en vez de levantar las piernas
Me consta que hasta hoy, todos los artículos han requerido un salto de fe por vuestra parte como lectores para entender esta nueva tendencia y no etiquetarla de novedad, curiosidad o moda pasajera. En el próximo artículo os explicaré los fundamentos científicos que soportan el correr descalzo la mano del Dr. Daniel E. Lieberman de la Universidad de Harvard.