Estamos en un momento en el que parece que todo vale. Da igual de que estemos hablando, que parece que todo es bueno si es con moderación. El deporte, el alcohol, las drogas… absolutamente todo, con moderación no nos daña y es bueno. Y por culpa de este mantra no son pocos los que tienen problemas físicos o de salud.
En cuanto al deporte se refiere, siempre se había dicho que el alcohol no era bueno ni recomendable. Creo que era de sentido común que no era precisamente una bebida para nada sana. El agua es nuestra fuente casi única de hidratación. Es la más natural y la que nos ha ayudado a evolucionar durante millones de años.
Pero en estos últimos tiempos, tiempo de lo políticamente correcto, parece que el discurso ha variado. Imagino que será por los intereses económicos que hay detrás de todo esto, pero se está observando un incremento (sobre todo en los más jóvenes), en el consumo de alcohol, con la excusa que un poco de vino o cerveza es beneficiosa para nuestro organismo. Y es que una cosa es que una copa no nos dañe y otra es que sea beneficiosa (que no lo es en absoluto).
Empezamos hace unos años con esa mítica conferencia sobre el vino del entonces presidente español José María Aznar, un poco más alegre de lo habitual exclamando micrófono en mano “quien eres tú para decir a mí, las copas que yo tengo que beber”. Y terminamos con las noticias de estos últimos meses a favor de la cerveza como bebida que ayuda a la recuperación post ejercicio, que mejora la salud de nuestros huesos, prevé enfermedades cardíacas… Pero estamos hablando de alcohol y yo siempre me pregunto:
– ¿Qué justificación hay para que tengamos que ingerir alcohol? ¿Qué tiene de bueno el alcohol que lo haga tan necesario? ¿Por qué se está poniendo tan de moda entre los deportistas?
Ya lo avanzo yo: NADA.
De hecho en las guías dietéticas de los USA y de Australia ya han quitado de su pirámide el típico vasito diario de vino.
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